miércoles, diciembre 27, 2006

Valladolid en la distancia

Valladolid en la distancia aparece reflejada en la nieve. El viento se detiene y el ambiente recupera la tranquilidad que da el saber que el año ya se termina. Es difícil reconocer Valladolid en la distancia. Pero si uno presta atención, puede ver a la ciudad a lo largo del paseo.

El Pisuerga se convierte en un pequeño riachuelo en el que dos niños juegan a una carrera de palitos que sueñan con ser barcos (y uno se acuerda de los enormes troncos amontonados junto al Puente Mayor). Los grandes monumentos se confunden entre las montañas, y algún pico parece la torre de La Antigua. Un gran pino, visible desde todo el valle, sirve de referencia para orientarse como si del Duque de Lerma se tratara.

Las comidas diarias entre las prisas de las grandes avenidas se convierten en prolongadas sobremesas, en las que se pasa de las canciones y chistes del momento a las conversaciones más trascendentales con auténticos malabarismos inconscientes.

La distancia le otorga a la ciudad un suave aroma sin humos. Un olor que quita el ruido de los coches y trae el sonido de los pájaros. Y a uno le entra la risa pensando una comparación tan cursi y se recuerda esperando en un semáforo que parece no acabarse nunca, mientras salta entre las piedras.

Se agradece estar lejos de la ciudad y a la vez se la echa de menos. En la distancia se liberan las tensiones provocadas por la proximidad en la ciudad. Pero también agrada saber que a la vuelta Valladolid y, sobre todo, su gente, seguirán donde les habíamos dejado para comenzar un año más entre el amor y el cansancio que tenemos hacia esta ciudad.

La nieve se deshace y vuelvo a ver Valladolid.

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