En este año que termina, oficialmente considerado por el gobierno del PSOE como Año de la Memoria Histórica, coincidiendo con el setenta aniversario de la Guerra Civil; se ha señalado hasta la saciedad, entre otras cosas, la permanencia en las calles de nuestras ciudades y pueblos de monumentos y placas que realizan homenaje al Bando Franquista, a pesar de que llamar la atención sobre este hecho no era nada nuevo, menos aún algo iniciado por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Nuestra ciudad, pese a la arraigada fama de “Fachadolid”, no posee monumentos franquistas de entidad, con la excepción del monumento a Onésimo Redondo sobre el cerro de San Cristóbal, que se encuentra propiamente hablando dentro del casco urbano. No hay, como ocurre en otras ciudades españolas, ninguna estatua del general Francisco Franco o un monolito dedicado a su victoria en 1.939, ni tampoco un recordatorio de los Caídos por Dios y por España a las puertas de una gran iglesia. Sin embargo si existen multitud de calles u otros lugares con nombres que ensalzan al bando vencedor de la guerra civil y al régimen que aquel instauró, a pesar de que algunos nombres fueron cambiados durante la alcaldía de Rodriguez Bolaños. En las próximas semanas mostraré y explicaré a quien pertenecen los nombres de aquellos más importantes.
Empezaremos por el más sangrante de estos homenajes que nuestra ciudad ofrece. Esto es debido a que rinde tributo a gentes que prestaron voluntariosa colaboración a la dictadura más nefasta en la historia de la humanidad, y en la que además no cabe recurrir a la excusa de querer evitar abrir las heridas entre españoles, ya que las víctimas de su actuación fueron extranjeras.
La División Azul, como todo el mundo sabe, fue una unidad militar compuesta por voluntarios, principalmente falangistas, enviada por el dictador Franco para participar en la invasión de la Unión Soviética por parte del Tercer Reich como muestra mínima de apoyo a los nacional-socialistas en la guerra con la esperanza de obtener algún beneficio de su, en aquel momento, esperada victoria. Dicho carácter voluntario impide que sus miembros puedan ser eximidos de su responsabilidad debido a las circunstancias de la época, con excepción de algunos hombres que se alistaron para librar a familiares de la represión franquista.
El ataque de la Alemania nazi contra la Unión Soviética fue seguramente la guerra de agresión más cruel que haya padecido país alguno. Veintisiete millones de rusos murieron como resultado de la invasión, de los que dieciocho millones fueron civiles, siendo provocadas estas muertes además de por los combates o atrocidades espontáneas en el frente por la actuación de los Sonderkommandos de las SS en la retaguardia, que recorrían ciudades y pueblos asesinando a comunistas y judíos.
La contribución de la División Azul, a pesar de su pequeño tamaño, unos 15.000 hombres en un contingente de cinco millones; no fue en absoluto despreciable, como demuestra el hecho de que combatió dos años en primera línea en una de las batallas más importantes de la campaña: el sitio de Leningrado, y que una cantidad verdaderamente alta de sus soldados fueron condecorados por el ejército alemán. Su ferocidad en el combate fue alabada por Adolf Hitler en persona en un discurso, después de que una sección de los divisionarios tomase una posición junto al Lago Ilsen a cambio de tener un 95% de bajas, sobreviviendo solo doces españoles. Más tarde, cuando Franco ordenó el regreso de la división, iniciando así una paulatina aproximación a los aliados al ver que la victoria nazi se hacía improbable, unos tres mil se quedaron para luchar hasta el final con los alemanes, muchos de ellos en las SS, de triste fama.
A esas personas rinde homenaje el inocente puente que atravesamos entre Arturo Eyries y el Paseo Zorrilla.